Desde los ochenta hasta hoy, su imagen no ha cambiado mucho: cabello desordenado, delineador negro y una voz que parece arrastrar siglos de emociones. Pero Robert Smith no solo es el líder de The Cure… es el arquitecto de un universo sonoro donde la tristeza se vuelve arte y la oscuridad, un refugio compartido.
El corazón roto más icónico del pop oscuro
Cuando Smith lanzó Boys Don’t Cry con The Cure en 1979, puso sobre la mesa un nuevo tipo de masculinidad emocional: la del hombre que llora, que extraña y que no lo oculta. Desde entonces, se volvió la voz de millones que nunca encajaron del todo, pero encontraron consuelo en cada acorde triste y cada verso que parecía escrito justo para ellas.
Del post-punk al pop sin perder la esencia
Lo que hace único a Robert Smith es su capacidad de evolucionar sin traicionar su identidad. De la crudeza de Pornography a la dulzura de Friday I’m In Love, su firma siempre está presente. Sus letras pueden sonar simples, pero tienen una profundidad emocional que resuena décadas después.
El ícono que nunca quiso serlo
A diferencia de muchas estrellas, Smith nunca buscó la fama ni el estatus de leyenda. No hace escándalos, no vive en la extravagancia, y eso lo hace aún más fascinante. Su autenticidad se ha vuelto rara y valiosa, y por eso se ha ganado un culto de fans fieles que lo siguen como a un guía espiritual del pop gótico.
El defensor inesperado del público
En 2023, Smith se volvió viral por enfrentarse públicamente a Ticketmaster por los altos precios. No solo defendió a sus fans, sino que logró que les devolvieran parte del dinero. Una vez más, Robert demostró que su conexión con la gente va más allá de la música.
Más que un músico: un estado de ánimo
Escuchar a The Cure no es solo poner una canción; es entrar en una atmósfera. Robert Smith creó un espacio emocional donde la tristeza se baila y la nostalgia se canta a gritos. Y por eso, aunque pasen los años, él sigue siendo el soundtrack perfecto para quienes sienten demasiado.